Catedrático de Matemática Aplicada I, dirigió durante años el Secretariado de Acceso y ha sido un referente tanto en su trabajo como docente como en la gestión universitaria. El obituario es obra de su compañero y amigo Alberto Márquez, compañero de Cátedra y director del Secretariado de Divulgación Científica y Cultural de la US
El pasado 15 de agosto nos ha dejado nuestro compañero José Ramón Gómez Martín, catedrático del departamento de Matemática Aplicada I, nuestro amigo José Ramón. Me es muy difícil escribir estas líneas y me temo que no podré reflejar en ellas ni una centésima parte de la multitud de facetas, de la cantidad de cosas, de las muchas virtudes que José Ramón atesoraba.
José Ramón Gómez Martín nació en Villalba del Alcor, en la provincia de Huelva, el 9 de marzo de 1953. Sus padres residían en la provincia de Huelva por cuestiones laborales, ya que José Gómez Moreno era médico en Nerva y Antonia Martín Llordén era catedrática de instituto, llegando a ser la primera mujer que fue directora de un instituto de bachillerato en toda la provincia de Huelva (y seguro que una de las primeras en toda España). Sin embargo, la familia siempre estuvo muy vinculada con Sevilla y acabó por trasladarse a esta capital.
En nuestra universidad realizó José Ramón sus estudios de física, aunque su corazón siempre estuvo al lado de las matemáticas y al poco de licenciarse, en 1974, ya comienza a prepararse las oposiciones de enseñanzas medias. Oposiciones que consigue superar, pero, muy en el estilo de José Ramón, no solo aprueba en 1976 las de agregado, sino que en el mismo año se convierte en uno de los catedráticos de institutos en matemáticas más jóvenes en esa época. Naturalmente, él no puede parar y todo el material que había generado en esa preparación que llevó a cabo para las oposiciones se convierte en unos tomos abarcando todo tipo de problemas de las oposiciones a cátedra, tomos que editó el mismo y que fue vendiendo a lo largo de muchos años. Además, comienza los estudios de la licenciatura de sus adoradas matemáticas.
Recuerdo la rabia que nos producía la facilidad con la que comprendía y realizaba los problemas de topología que tan extraños nos parecían al resto de sus compañeros de clase y era tanto lo que destacaba que pronto empezó a colaborar con el departamento de Geometría y Topología, primero de la mano de Francisco Jiménez Alcón y después bajo la dirección del director de departamento, Francisco Echarte. Desde entonces, siempre ha estado vinculado a las matemáticas de la Universidad de Sevilla.
Pero antes, mucho antes, está Concha, su compañera, su amiga, su confidente, su bastón cuando lo ha necesitado. Concha siempre ha estado ahí, desde aquel verano de 1969 en el que José Ramón se fijó en esa sevillana de su misma pandilla en la playa de la Antilla. Aunque, pensándolo bien, seguro que fue al revés, sin duda fue Concha la que lo animó a que diera los pasos necesarios para que empezara un noviazgo que aún perdura. Y eso que no siempre contaron, en las primeras etapas, con la aprobación de unos padres preocupados con la excesiva juventud de ambos. Pero los dos lo tenían claro y desde aquel verano han camino siempre juntos, muy cercanos el uno al otro, totalmente compenetrados. Recuerdo que otro compañero, Luis Fernández, y yo tratamos de jugar una temporada con ellos al mus, pero era imposible, entre que Luis y yo no éramos los mejores del mundo y la extraordinaria comunicación que existía entre ellos la desigualdad entre las dos parejas era tal que pronto tuvimos que desistir.
Si bien desde el punto de vista personal la década de los setenta del pasado siglo fue cumbre en José Ramón: en esos años terminó sus estudios de física, durante los cuales se casó con su Concha, nació su primer hijo, Samuel (1973 ambas cosas), aprobó las dos oposiciones de instituto y nació también su segundo hijo (Borja, 1978). Desde un punto de vista profesional, la década de los ochenta del pasado siglo fue fundamental para José Ramón. Aunque empezó compaginando su labor de catedrático de instituto (y director, naturalmente, desde siempre estaba clara su capacidad de organizar y liderar) con las clases en la universidad, en el ya citado departamento de Geometría y Topología, aunque él casi siempre dio las clases de Matemáticas II en la licenciatura de química, pronto la universidad fue ganando terreno a las enseñanzas medias y consiguió una plaza en la Escuela Politécnica de la calle Niebla en el entonces departamento de Matemática Aplicada y ganaba dos oposiciones más: primero la de Titular de Escuela Universitaria y, una vez defendida su tesis doctoral en 1989 (bajo la dirección del profesor Francisco Javier Echarte Reula), la de Catedrático de Escuela Universitaria.
Por esa época, empiezan y vinculados a la Escuela Politécnica, los estudios de informática en nuestra universidad, impulsados por un grupo de profesores liderados por el director de la escuela, el también matemático Felipe Mateos Mateos. Felipe se apoyó en José Ramón y en su capacidad de organización y le confió la subdirección de ordenación académica, labor que desempeñaría cuando se constituyó la propia Facultad de Informática y Estadística (hoy en día Escuela Técnica Superior de Ingeniería Informática). Ya a principio de los noventa, el departamento de Matemática Aplicada, dado su tamaño, se dividió en dos, divididos por el río y, por esas cuestiones geográficas, todos los catedráticos y prácticamente toda la labor de investigación que se llevaba a cabo fue a parar a la otra mitad, a Matemática Aplicada II. Desde ese primero momento, José Ramón lo tuvo claro y convenció a Felipe para que realizara una política de “fichajes” para impulsar la investigación en un departamento en el que no existía esa tradición y él mismo se puso manos a la obra y comenzó su ingente labor de formación de investigadores, llegando a dirigir diez tesis doctorales, buena parte de ellas a miembros del mismo departamento de Matemática Aplicada I. Su línea de investigación fue una continuación de su tesis y se centró sobre un problema sobre el que se lleva trabajando más de cien años y que es la clasificación de distintas familias de álgebras de Lie, que tan importante son para varios campos dentro de la física teórica. Este es un problema de enorme complejidad y que, hoy en día, requiere el continuo apoyo de software matemático especializado. Aunque algunos compañeros siempre bromeábamos diciendo que esos programas estaban muy bien hechos porque conseguían llegar a los mismos resultados que José Ramón había conseguido a mano (y en mucho menos tiempo). Había un pensamiento que lo definía: él decía que si para avanzar se encontraba un muro de hormigón de un metro de grosor que era imposible rodear, había que intentar derribar el muro y, que si no se disponía de ninguna herramienta, siempre se podía ir arañando con la uña y poco a poco crear un agujero en dicho muro. Naturalmente, al montar y dirigir su grupo, contactó con los mayores especialistas en su campo, en Francia y, muy especialmente en la Academia de Ciencias de Uzbekistán. Un miembro de dicha academia, Bakhrom Omirov, ha sido y sigue siendo un muy activo colaborador del grupo de investigación que fundó José Ramón. Toda esa labor de investigación, así como su buen hacer desde el punto de vista de la docencia y su labor de gestión le valió la consecución de la cátedra de universidad en 1999.
Naturalmente, la capacidad de organización de José Ramón no pasó desapercibida por parte de la universidad y en 1995 fue nombrado director del secretariado de acceso de la US. Sin duda existe un antes y un después de la llegada de José Ramón a dicho cargo en la organización de la selectividad (creo que aún se llamaba así); le dio la vuelta a todo, desde los protocolos de realización de las pruebas (incluyendo todas su fases), siempre intentado preservar el anonimato y la igualdad de oportunidades para todos los alumnos a la estructura del propio secretariado, así como la protección y el apoyo del excepcional equipo humano que fue configurando y que lo seguían sin dudarlo en la dirección que él marcara. Estuvo en dicho cargo cerca de veinte años hasta que llegó su jubilación.
Dicha jubilación fue un tanto prematura forzada por la enfermedad que se convirtió una cruel compañera durante más de veinte años. Siendo muy joven, empezó a notar ciertas rigideces y después de muchas visitas a muchos médicos le llegó un diagnóstico: padecía Parkinson. A pesar de los avances de su no deseada compañera, José Ramón nunca perdió la sonrisa y siempre luchó con todo contra ella. Fue perdiendo el habla, cada vez era más complicado entenderle, pero él no callaba. Uno que se decía su amigo (el que escribe estas líneas), le comentaba que no se preocupara, que con todo lo que había hablado antes de perder esa facultad, él había hablado ya muy por encima de la media de lo que habla cualquier ser humano. Porque a José Ramón le encantaba hablar, conversar, comentar sus innumerables conocimientos, sus lecturas, sus pensamientos, incluso, si no lo podíamos evitar, sus chistes. Sirva como ejemplo de su talante la siguiente anécdota: estábamos los dos convocados para formar parte de un tribunal a una plaza de catedrático en la Universidad de las Palmas de Gran Canarias, pero pocos días (digo días, no meses ni semanas), José Ramón se sometía a una operación complejísima en la que se le instalaba un ordenador en el pecho con conexiones a su cerebro para permitir controlar el habla y los movimientos. Todos dábamos por hecho que habría que recurrir a su suplente, todos menos él que a los cinco días de ser operado se metía en un avión y cumplía con la misión a la que se había comprometido. Naturalmente, después de jubilarse no se desvinculó totalmente de la vida universitaria y tuvo la satisfacción de asistir esta pasada primavera a los ejercicios por los que consiguió la cátedra una de sus alumnas, su querida Luisa María (Lisa) Camacho Santana, Cuando propuse que, para cumplir las medidas sanitarias pertinentes, teníamos que buscar un recinto para las pruebas que permitiera que asistiera José Ramón como único y excepcional público presencial, no so lo nadie se negó, sino que todos los vieron como algo lógico, deseable y necesario.
En algún momento, José Ramón, tan dado a los retos intelectuales decidió que un excelente ejercicio sería la realización de sudokus. Existen 6670903752021072936960 posibles sudokus distintos y aún a la velocidad que él los resolvía, es imposible resolverlos todos en una vida (ese número es prácticamente el doble de segundos de edad del universo). Ahora cuenta con un tiempo infinito para resolverlos todos. Pero, mientras tanto, sus amigos, sus hijos, sus nietos, todos los que tanto lo querían y, sobre todo, su Concha lo echaremos mucho de menos.
Alberto Márquez, catedrático de Matemática Aplicada I y director del Secretariado de Divulgación Científica y Cultural de la Universidad de Sevilla